Es posible que alguna vez hayas leído u oído hablar sobre la baja visión, una disminución de la capacidad visual que afecta a hombres y mujeres de cualquier edad y que incluso puede darse en niños.
Esta degeneración reduce considerablemente la visión de la persona que la sufre. Además, no puede ser corregida con gafas, lentes de contacto o con tratamientos médicos, farmacológicos o quirúrgicos.
Se considera que un paciente tiene baja visión cuando, tras una corrección óptica acertada, su agudeza visual en el mejor de los ojos es menor de 0,3 o posee un campo visual inferior a 20°. La pérdida de visión progresiva puede tener diversos orígenes, principalmente relacionados con enfermedades que afectan al nervio óptico o a la retina. Algunas de estas tienen un origen genético y, por lo tanto, se pueden heredar.
Esta pérdida de visión progresiva se manifiesta principalmente en el centro o en la periferia de la visión, emborronando y reduciendo la agudeza de diferentes formas en función del tipo de enfermedad visual. Las patologías más comunes que causan la baja visión son la degeneración macular asociada a la edad (más conocida como DMAE), la retinopatia diabética, el glaucoma y la retinosis pigmentaria.
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